A ti árbol amado,
siempre sombra del caminante,
remanso de paz que pueblas los bosques,
que moteas de los campos el paisaje.
A ti, árbol querido,
que tardaste tantos años en crecer,
decenas de años, tal vez más
y que en un momento de fuego irresponsable
te hacen desaperecer;
tú que arropas los nidos de los pájaros
y sus alegres trinos,
que son del campo el bel canto
siempre notable;
tú que enmarcas el río y su sonido
de vida serpenteante,
de porte recio, a veces elegante,
otras encantado,
pero siempre, siempre, mágico y
admirable.
© José L. Asensi 30/11/2020